Al jugar Gems, el antecesor de Candy Crush, me di cuenta que había un equilibrio perfecto, en el que se acomodaban perpetuamente las gemas para poder volver a alinear 3 o más.
Me fascinó percibir que la ley de probabilidades en este juego, era la prueba de la existencia del Dios de Spinoza. Un Dios que vive en cada elemento y cada regla del universo. Un universo con sentido de bondad, en el que casi siempre se alinean las cosas para continuar jugando.
Programé una copia de este juego y me di cuenta que al aumentar el número de tipos de gemas, la probabilidad
de alinear las gemas se reducía.
Lo extrapolé a la vida y pensé que, así como el programador puede cambiar la dificultad del juego, es la sociedad manejada por hombres quien acomoda las condiciones para que a unos individuos les toque un tablero más difícil
y a otros más fácil. Estas condiciones que le tocan a cada jugador, son más determinantes que la suerte (probabilidades) o su habilidad para jugar.
Yo, por lo pronto, estoy feliz de estar jugando en el tablero israelí.