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No lavo cubiertos – No Rubish

No lavo cubiertos

Tiempo de lectura:4 Minutos, 27 Segundos

María iba manejando hacia Huntington Beach, disfrutando el amanecer sobre los campos de naranja
de Santa Ana, cuando recibió una llamada de Eleonor, una conocida de Carol, pidiéndole hacer la
limpieza de su casa un día a la semana.  María le dijo cuánto cobraba, sus condiciones y le explicó
que ella no lavaba cubiertos.

Cuando Eleonor le contó a su esposo que estaba muy contenta porque ya había conseguido a alguien
de confianza que limpiara la casa, se burló de la extraña condición de “no lavar cubiertos”, John le
propuso el reto de obligarla a lavarlos.

El primer día de trabajo, al terminar la limpieza, María reiteró su negación a lavar  cubiertos. Eleonor
le mostró los billetes pero le exigió lavarlos si quería su paga. María tiró los cubiertos a la basura,
le arrebató el dinero y salió de la casa enfurecida.

Eleonor no sabía qué hacer y le llamó a Carol. Ella se enfadó, le exigió que se disculpara con María
y le advirtió que no volviera a acercarse al gimnasio.

Al día siguiente, cuando María conducía a la casa de Carol, recibió una llamada de un número
desconocido. Contestó, era el abogado John McCloy que le pidió disculpas por el incidente
del día anterior y le explicó que fue una apuesta que hizo con su esposa, que si lo olvidaba
se lo iba a compensar con mil dólares. Ella insistió que no era cuestión de dinero, que simplemente
no lavaba cubiertos. Él le aclaró que no lo tenía que hacer. Sin embargo, María afirmó que ya se
había ocupado y colgó. Al llegar a la casa de Carol, está la abrazó y la besó. Le dijo que le
alegraba verla.

John investigó la situación legal de María y descubrió que tenía una green card falsa y su nombre
verdadero era Ana Guzmán. Le mandó a la migra para crear una situación ficticia en la que pudiera
ayudarla y comprometer a María a regresar a trabajar a su casa; pero cuando el asistente legal del
despacho John McCloy se presentó para ofrecer ayuda, ella lo rechazó y le escupió.

Al día siguiente, cuando María no llegó a casa de Jennifer, otra amiga de Carol, e intentó llamarla
sin recibir respuesta, se preocupó. Carol y Jennifer fueron a buscarla a su domicilio. Los vecinos
les avisaron que se la llevó la migra. Carol le habló a su papá, el juez Fainchstein. Él hizo unas
llamadas y se encargó de sacar a María del centro de deportación.

Le llamó a Carol para contarle la situación, le explicó que podía pasar a recoger a María, le dijo
que él le podía tramitar una visa de trabajo, justificando la importancia de su labor para la comunidad
de Huntington Beach, pero que necesitaba entrar legalmente al país.

Carol y Jennifer recogieron a María y la llevaron a su casa. Carol le explicó la situación y dijo que
tenía que viajar a México para tramitar su pasaporte y poder entrar con visa de trabajo.
Prometió que ella y sus amigas iban a pagarle tres semanas de vacaciones para que visitara
a su familia y tramitara su pasaporte.

María se sintió muy halagada por la importancia que le daban. Compró el boleto de avión de
Tijuana a la ciudad de México. Dos días después, las 5 amigas llevaron a María al aeropuerto,
la escondieron en el suelo de la camioneta, y la cubrieron con una manta negra para pasar
la frontera.

Al llegar al aeropuerto la abrazaron, y le desearon que descansara y que regresara pronto.

María viajó a la ciudad de México en avión, luego a Puebla en autobús y en taxi a Santa María Acuitlapilco.
Llegó en el atardecer.

Al entrar a su casa abrazó a su mamá, después llegaron la hermana y los sobrinos y cenaron
unas ricas claclapas. Les contó la aventura que tuvo que pasar la última semana y se fue a dormir.

Al otro día se levantó a las 7 a.m., pero su mamá ya se había ido al molino a moler el maíz para
preparar la masa para las tortillas. Ella salió para alcanzarla.

Al ir caminando la saludaron unas muchachas de unos dieciocho años, que al principio no reconoció.

“Hola maestra Ana. ¿Ya se va a quedar en el pueblo?”

Ella recordó quienes eran, las saludó y les preguntó por sus familiares.

Más tarde, una señora con un puesto en la calle, le dijo – “Hola mija. ¿Cómo te va en Estados Unidos?
Toma un tamalito y llévale a tu mamá”

Ella los escogió y le preguntó, “¿Cómo está Jacinta, tía?”

“Pues bien, su hija grande ya entró a la normal de Tlaxcala, quiere ser maestra como tú”.

Después de ponerla al tanto de todos los familiares, continuó su camino y vio pasar a su prima con
una niña de unos cinco años. Las dos se siguieron de largo como si no se hubieran visto.

Al llegar al molino no encontró a su mamá y entonces, siguió por el camino que conduce a la laguna.

Allí, disfrutó del reflejo del sol sobre la laguna y sintió el calor sobre su piel. Se sentó a contemplar
su lugar predilecto, y recordó lo mucho que le gustaba dar clases, como se sentía abrigada por la
familia y los amigos que tenía, los momentos que pasó aquí con su novio, el mismo que embarazó
a su prima. Recordó una larga lista de experiencias que la hicieron huir.

Se le nublaron los ojos, lloró por Ana y por María.

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